Seiscientos mil hombres sin contar con los niños es una auténtica barbaridad de seres humanos peregrinantes, con una organización logística para alimento, comida, bebida y descanso de niveles inabarcables.
Como he asistido a muchas JMJ, doy fe de ello: las primeras adolecían de falta de experiencia sobre logística. Pero cuando te apuntas a un evento de esas características sabes que no vas a un hotel: peregrinar tiene una parte de penitencia asociada. Y con ese espíritu de sacrificio, unido al ambiente juvenil, superabas todas las penurias. La experiencia ha hecho que la organización mejore, sin duda.
Estos días se está preparando el jubileo de los jóvenes en Tor Vergata. Son multitud los recuerdos que me vienen a la memoria de aquél otro gran jubileo convocado por san Juan Pablo II, el fundador de las JMJ, en el año 2.000 en el mismo campus universitario romano (más bien en las hectáreas de campo de alrededor). El agobio del ferragosto ?¡cómo apretó el sol con la humedad esos días!? se disipó en aquella exhausta multitud de dos millones de seres humanos cuando apareció el santo de los jóvenes en su papamóvil. Para eso habíamos sufrido. Y viéndole a él, se nos pasaron todos los males. Era como llegar a la tierra prometida por la que habías emprendido el camino.
La humanidad entera vive una peregrinación, un éxodo hacia la tierra prometida. Cada uno de nosotros puede ver también la propia vida como una peregrinación a la que te tienes que preparar con buen material porque no sabes bien a lo que te puedas enfrentar. Cada día es una etapa, hasta que lleguemos a la meta.